Papiros y píxeles: un día por las librerías de El Cairo

Crónica de una mujer viajera en una recorrida por las librerías de la capital de Egipto. Cómo la crisis económica y la digitalización de la lectura amenazan a la industria editorial del país.

Julieta Morón

4/16/20235 min read

Los agarramanos del subte se tambalean como el traje de una odalisca. Debajo, los hijab. Es el vagón exclusivo para mujeres, es noviembre, es el Cairo. Vamos hacia el norte, como el Nilo a nuestra izquierda. 

La expedición: descubrir todas las librerías que pueda en un día. El obstáculo: el reloj. En Egipto las horas son distintas, se estiran, se aceleran. ¿Cuánto es mucho tiempo?, preguntan las pirámides detrás de edificios sin terminar. 

La mañana ya se escurrió en sólo dos librerías del barrio residencial Maadi, al sur de la ciudad. Las estereotipadas expectativas que tenía del recorrido se derrumbaron al llegar a The BookSpot, en el número 70 de la calle 9. Es que para entrar hay que subir al primer piso de una galería de locales comerciales, entre fundas de celulares y pantalones con jeroglíficos dorados para el turismo. 

Una mujer respondió mi saludo sin sacar su vista del teléfono. Me cuestioné si era alguna de sus fundadoras, Sigrun de Islandia o Mandy de Estados Unidos, pero no me sentí invitada a preguntar. No había nadie más. Leí algunos títulos y salí.

Setecientos metros más al sur, en el número 29 de la misma calle, las expectativas resurgieron. “Al-Maadi Used books, All Languages, All Subjects”. Una mesa de plástico donde un hombre con túnica y un bigote demasiado grande servía té en una taza demasiado pequeña. Detrás, los libros. En horizontal, en vertical, de frente, dados vuelta. Pilas y pilas de piso a techo, que no era techo sino una lona azul que pretendía extender el limitado espacio cubierto, como si los más de ciento cincuenta mil libros se desbordaran solos y hubiera que protegerlos. Un pasillo monorriel se adentraba, giraba en torno a las estanterías y volvía a salir. Los libros estaban separados por categorías y no por idioma. Me detuve en el sector de Egiptología, que se mezclaba con Esoterismo y Ciencias Alternativas. Vi sólo dos clientes que después de recorrer con sus dedos y sus ojos los lomos apilados salieron sin comprar nada, muchas gracias, maa salama.

Khalid, su dueño, se lamentó: “la situación de las librerías es muy mala, el mercado está lento por las nuevas alternativas digitales y por la crisis económica del país”. La crisis implica la inflación, la devaluación de la libra y las prohibiciones del gobierno para importar papel.

Los gritos de una vendedora me traen de vuelta al vagón del subte. Cuelga unos ganchos del agarramanos: racimos de bijouterie y barbijos. A través de las hendijas de las persianas de madera veo que estamos en la estación Mar Girgis. Pienso si así se sentirá ver con un Niqab, el velo que visten algunas de las mujeres del vagón, que sólo muestran sus ojos. 


Considero bajar para recorrer los pasillos-librería al aire libre que visité el día anterior, cerca de la Iglesia Colgante, pero el reloj me dice que en cinco horas será de noche. Y no quiero que la noche me encuentre sola en El Cairo.

Sigo hasta Sadat. Al subir las escaleras, los edificios me recuerdan a Madrid, la rotonda a Buenos Aires, las bocinas a Vietnam.

“AUC Bookstore”. La librería de la Universidad Americana de El Cairo me recibe con un guardia de seguridad y un escáner. Dentro: la solemnidad y el silencio de un museo que no se incluye en los tours. Los títulos hablan de mujeres en el poder y buscan los puntos de coincidencia entre religiones que han estado en guerra por siglos. El vendedor camina detrás del mostrador como un zorro enjaulado en un parque sin visitantes. El sector de Egiptología me imanta nuevamente y salgo, tras atravesar el detector de metales, con un ejemplar de “Ancient Egyptian Magic” de la editorial de la Universidad.

Camino cinco cuadras. El tránsito comienza a trabarse en la rotonda de Talaat Harb y quiere avanzar a bocinazos. El cartel está en árabe pero la vidriera lo confirma: estoy frente a una de las siete sucursales de Al-Shorouk Book Stores. Entro.

La puerta que se cierra a mis espaldas sella el ajetreo de la tarde y el humo de los motores para dar lugar al murmullo suave, el olor a tinta y a papel nuevo. Un vendedor asiente despacio a modo de saludo mientras acomoda en un estante alto los ejemplares que su compañera le alcanza.

Investigo detalladamente las repisas y las mesas de saldos de la planta baja. Voy hasta el fondo y subo por la escalera caracol. En el primer piso sólo hay libros en árabe. Líneas, curvas, puntos. Dorados, de bolsillo, de tapa dura. Bien podrían ser ensayos de filosofía o novelas de vampiros. No lo sé. Chukran, maa salama. Saludo y salgo. Ellos siguen completando la estantería. ¿Para quién? ¿Dónde están los lectores?

Las bibliotecas digitales se aceleraron con el COVID, ahora tenemos bases de datos con más de trescientos mil libros digitales”, me explicará Lamia Eid, decana interina del Departamento de Bibliotecas y Tecnología de la AUC. Imagino los pasillos virtuales, los píxeles, las pantallas. No puedo evitar compararlo con las dunas de libros usados en Al-Maadi. Pienso en ese señor con bigote demasiado grande, esperando clientes. “Las generaciones también se transformaron y tenemos que estar actualizados”, Eid me sacude la nostalgia.

Decido ir hacia el mercado Jan el-Jalili a buscar puestos de feria con libros usados, pero en el camino me encuentro una librería pequeña, en una especie de callejón. El cartel en árabe no me permite saber su nombre. Entro.

Menos de diez metros cuadrados. Un hombre y una mesa. Con su túnica gris y sus ojos opacos comienza a traerme libros y apoyarlos en la única silla. Le digo que está bien, que chukran, pero sigue. En árabe, en inglés, en alemán. De religión, infantiles, novelas. Con una mano sostengo las pilas para que no caigan. Intento buscar un título que me interese pero no sólo no me gustan sino que son caros. El señor sigue apilándolos y no puedo soltarlos porque se caerían. Me mira, los señala. Le repito que chukran, que muchas gracias, separo las pilas en cuatro y salgo.

Hoy tener una librería no es rentable”, me dirá Karam Youseff, fundadora y editora de Al Kotob Khan, “el sector está cambiando de manera drástica. Durante la pandemia la gente de Egipto comenzó a usar más los libros digitales, en diversas plataformas, porque pueden cruzar las fronteras, las censuras y los altos costos de la publicación”.

Son las cinco y atardece en El Cairo. Descarto el mercado y regreso al subte. Pienso en las librerías vacías, en las bibliotecas digitales, en los hombres que ofrecen libros empolvados y en las mujeres que hablan de tecnología y democratización. Pienso en los contrastes, en los equilibrios. Sentada al lado mío, una adolescente con hijab lee algo en su teléfono. Abrazo mi libro nuevo de magia antigua. Los agarramanos se tambalean sobre nuestras cabezas como péndulos indecisos. Vamos al sur, a contracorriente del Nilo.

Gracias por leer hasta acá. Espero que esta crónica te haya gustado.

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En el subterráneo, El Cairo. Noviembre 2022

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